lunes, 13 de febrero de 2012

... por alusiones

Llegó enfundado en un gorro que le tapaba hasta los ojos y con dos libros bajo el brazo. Ella que llevaba un rato esperando pensó que era una lástima no poder arrastrarlo a otro lugar que no fuera ese, pero puso dos besos en su cara y le sonrió (sonrisa que él le devolvió de ese modo que él lo hace, entrecerrando un poco los ojos y ladeando la cabeza).
Fuera, en la calle, ya casi de noche,  cerca de dos grados de temperatura, en el aire intención de nada. Dentro, en el bar, sobre diecisiete grados y en el aire tantas intenciones que casi se mastican. Ella mira el café de él que hace formas imposibles coronado con canela, o con chocolate, no lo sabe. Le va a costar mucho ver como se lleva la cuchara a la boca, pero mirará para otro lado, sabe hacerlo. Y lo hace.
La mesa de forja entre ambos.
Ella adelanta los brazos, toca la piedra fría, cambia de postura... ¿cincuenta centímetros? tal vez sesenta centímetros de piedra blanca entre ellos. Sigue hablando, se recoge el pelo, siente como se le encienden las mejillas, ¿cincuenta centímetros? uff, parecen muchos más. Cruza las piernas, las descruza, evita sus ojos, evita sus labios que deben saber a lo mismo que toma, decide probarlo y hunde su cuchara en la nube de espuma que cede.
Y él habla. Habla con los hombros relajados, dejando caer algunas frases por debajo de las otras, casi resbaladas, buscándole a veces los ojos y sonriendo al ver lo nerviosa que la pone. Él habla y parece seguro de si mismo, pero no lo está tanto como aparenta, ella lo sabe, pero le deja hacer. Ella siempre le deja hacer. Y sonríe. Y su pierna, la de él, busca la de ella, y le dice algo del verano, y de faldas y pies descalzos, ella no entiende del todo porque se ha quedado sin aliento al sentirlo tan cerca. Y él ladea la cabeza, siempre lo hace, y se acerca un poco. Malditos cincuenta centímetros, estas palabras cruzan la frente de ella, y él las lee, y vuelve a sonreir con malicia. Qué poco costaría alargar la mano...qué poco..       Mejor decide seguir destrozando el papel del azucarillo que tiene en sus manos... Cuando levanta los ojos ve que se ha hecho de noche.
Ya en la calle, de nuevo los dos grados malditos. Dos besos que a ella le saben a poco, y el gorro de él ceñido hasta los ojos. ¿Te vienes conmigo?. Mejor no, contesta él, mejor no, repite ella. Mejor no, dice el angelito del hombro derecho mientras el demonio se muerde las uñas. Mejor no...
Y se mete en el coche. Y sonríe. Aunque se va sola, sonríe porque recuerda  en  sus labios apenas los de él en un par de ocasiones,  sonrie porque recuerda su perfil recortado contra la luz en su coche, conduciendo,  y su boca entreabierta, y sus manos, y su voz en el oido una tarde por teléfono en una casa vacía con solo una silla, y la luz de otros cafés que tomaron otras veces, y la música que elige, y un camino de vuelta, y otro de ida...
Y mientras él se ha ido. Con su bufanda y su gorro, con las manos en los bolsillos  y con su paso ligero... y ella ya no acierta a verlo, pero lo intuye en el camino hacia su casa, y vuelve a sonreir.

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